sábado, 30 de julio de 2011

La Cita Fallida y la Democracia Fallida

Es notable cómo en esta semana tantos se han llenado la boca con palabras como “valores republicanos” o “tradiciones republicanas” o “símbolos republicanos”. Ninguno de los personeros a quienes he escuchado hablar en estos términos tiene trayectoria de defensa hasta el límite de lo posiblemente humano de la democracia en Chile. Los presidentes de los partidos de la Concertación actuaron correctamente al no acudir a la cita que con oportunismo Sebastián Piñera les concedió en el momento justo en que los dirigentes estudiantiles se iban a reunir con representantes del Congreso.

Y vamos por partes. El ex presidente Aylwin fue el primero en salir a criticar a los líderes concertacionistas. Mejor se hubiese guardado sus comentarios en vez de sembrar división y duda en un sector que necesita con desesperación unidad de criterio y de acción. Fue precisamente bajo su mandato cuando se cristalizan y endurecen los amarres institucionales y constitucionales que dejó el régimen militar, amarres que fueron negociados en 1989 y que nunca más pudieron ser superados.

Y en virtud de esa históricamente errónea negociación, en su mandato pusilánimamente se concedió todo cuanto se pudo conceder a una derecha pinochetista y militarizada. Fue precisamente durante su mandato cuando se desmovilizó por completo toda la organización que se había levantado para las campañas de recuperación de la democracia. Si hubo un responsable principal de la pérdida de la alegría, fue precisamente esa primera generación de políticos de la Concertación, quienes liderados por Edgardo Boeninger (lo apodaban “maestro”) constituyeron lo que se vino a conocer como el Partido Transversal, conformado por un grupo de conocidos personajes de los cuatro partidos principales de la Concertación (recordemos que en esa época el arco iris tenía bastante más colores) y que tomaron todas las decisiones a espaldas de todos los demás. Fue precisamente Boeninger quien legitima, en 1992, que existan organismos de inteligencia que no estaban bajo el control soberano y que estaban filtrando información a la UDI.

Edgardo Boeninger, ministro Secretario de la Presidencia en ese primer y crítico gobierno democrático postpinochetismo, acepta un “Estado de Derecho” que dijo había que hacer funcionar sin cuestionar y que incluía aberraciones tales como los senadores designados, una Constitución nacida cual engendro dictatorial nefasto, la Ley de Amnistía, la aceptación de quórum constitucionales vergonzosamente altos…etc. La aceptación de estas disposiciones se hizo en nombre de la “política de los acuerdos” y Boeninger fue, justamente, el maestro de esa política. Tal gravitación tuvo ese principio, que las consecuencias se dejaron sentir en todos los gobiernos posteriores de la Concertación, incluyendo el de Bachelet. El principio de la política de los acuerdos llevó al nacimiento de lo que hoy conocemos como “clase política”, un grupo de personas que aplican una cierta técnica política con desvinculación de la soberanía popular.

Pero lo peor de Boeninger está en su análisis publicado en 1998, cuando dice que “si hubiéramos partido el 12 de marzo de 1990 diciendo que hay que eliminar todos los enclaves autoritarios para restablecer la plena democracia, nos hubiéramos lanzado a una batalla legislativa perdida de antemano…”. Es el autoderrotado por excelencia. Y ese fue el gobierno de Don Patricio Aylwin. Ese legado nos acompaña hasta el día de hoy.

Patricio Aylwin no tiene moral tampoco para criticar la no asistencia de los presidentes de los partidos de la Concertación a la cita mediática con Sebastián Piñera porque debió haber guardado silencio, como se hace cuando existe un conflicto de interés. Su conflicto de interés es directo ya que un pariente de primer grado suyo es sostenedora de colegios y partidaria del lucro en la educación, posiciones que son precisamente las que los estudiantes movilizados cuestionan y buscan cambiar. ¡Debió haber callado! La prudencia es valor que muchas veces escasea en nuestra clase política. Otro ex presidente, experto en protocolos republicanos, sí guardó silencio, probablemente por prudencia.

Si los pinochetistas miembros del gabinete hoy salen a hacer gárgaras con el republicanismo no nos ha de sorprender. Son los magos del travestismo político. Como los travestis, por fuera parecen demócratas y por dentro son, efectivamente, pinochetistas, tal como lo pusiera en evidencia la foto que recientemente ha circulado en las redes sociales, donde rinden pleitesía en adoración los señores Chadwick, Longueira, Lavín y Dittborn al dictador. De estos miembros del gabinete jamás hemos escuchado palabra alguna de arrepentimiento o de distanciamiento de lo que fue su pasado autoritario dictatorial. Ni una sola palabra. ¡No nos vengan ahora a dar clases de comportamiento republicano!

Hicieron bien los presidentes de los partidos de la Concertación. Actuaron con unidad, y no como indicó El Mercurio en su titular de primera página al día siguiente de la cita fallida (lo que la gente ve en los kioscos) que la Concertación se había dividido. No. No se dividió. Y El Mercurio mintió ese día en su portada.

Hicieron bien los presidentes porque actuaron con humildad frente a los que hoy están levantando las banderas de la transformación social y política de nuestra sociedad fracturada, endeudada, segmentada y aplastada por una Constitución ilegítima, pinochetista y totalitaria. En efecto, puede que este sea el primer paso hacia el largo camino de reconstitución y rearticulación de la “oposición”. El paso siguiente es, sin duda, deshacerse de todos los que fueron parte del pacto con el diablo que se selló en ese primer gobierno de la Concertación. Son esos actores políticos los que nos deben una explicación y un reconocimiento público de su error histórico, y dejemos que los actuales dirigentes vayan avanzando en la adquisición de competencias para el análisis político colectivo. Dejemos que puedan actuar con arreglo a las ideas y que antepongan las profundas demandas existenciales de nuestra sociedad por un Chile verdaderamente justo, a los cálculos cortoplacistas del titular de prensa o la encuesta mercurial. Si así hacen, su conducta será generosa en muchas más oportunidades, como lo demostraron al no prestarse para el tongo mediático que le tenía preparado el gobierno de derecha.

En buena hora falló esa cita. Nos abre la ilusión de poder empezar a considerar la batalla mayor de recuperación de la democracia, batalla que quedó postergada desde 1990. En Chile no hay crisis de representatividad, hay crisis de una institucionalidad heredada de la dictadura y frente a la cual hoy tenemos la responsabilidad histórica de botar y reemplazar por una que sea efectivamente democrática.

jueves, 14 de julio de 2011

¿Qué Quiere Realmente la UDI?

El golpe de timón que quiere imponer la UDI es ni más ni menos que terminar con todo lo que representa Piñera, tanto en términos prácticos, como en términos simbólicos. Y eso no es poco pedir.

Hoy escuché a Sara Larraín de Chile Sustentable contar la siguiente historia en la radio. Las empresas sanitarias cobran por distribuir el agua, por el alcantarillado y por tratar las aguas servidas. Luego se supone que tienen que devolver esa agua limpia que se limpió gracias a que todos pagamos, a los cauces naturales para que esté a disposición de agricultores corriente abajo. Pero como las empresas de agua también son dueñas del agua que tratan, descubrieron que podían vender esa agua limpia a las grandes mineras, sin devolverla a los cauces. O sea, ganan por limpiarla, y ganan otra vez más por venderla. Frente a este hecho, Sebastián Piñera intervino personalmente para que esta práctica cesara. ¿Por qué intervino Sebastián Piñera? Porque, según Sara Larraín, la UDI en masa fue a reclamarle en representación de los agricultores. Al hombre no le quedó más remedio que hacerse cargo de corregir el perjuicio que se estaba produciendo para los que necesitan el agua para regar sus predios, que probablemente ni siquiera son pequeños agricultores.

Esta historia, que ella relata mucho mejor que yo porque maneja bien los detalles (escuche el podcast en Radio Universidad de Chile), me sirve para introducir el tema de esta columna: ¿qué quiere realmente la UDI?

Porque sabemos que la UDI está enojada y ha estado fustigando el gobierno de la “Alianza” con más dureza que la misma Concertación. No hay día que no leamos en la prensa las declaraciones de algún prócer de la UDI diciendo que “no hay duda que el Gobierno está en una situación que requiere cambio de rumbo político” (Pérez, 13 de julio, La Segunda), o “ya se vivió la fiesta de los tecnócratas…los países progresan con políticos” (Longueira, 9 de julio, El Mercurio)…

¿Cuál es el hilo conductor de estas declaraciones? ¿Qué es lo que está leyendo la UDI? Claramente tenemos una UDI que está descontenta con la idea casi cierta de ser parte de un gobierno que podría ser un mero paréntesis entre gobiernos de la Concertación. Y eso que la UDI lo tiene todo ya. Porque tiene los grandes grupos económicos, los grandes conglomerados de la prensa y, por supuesto, el poder de las armas si eventualmente fuera necesario. Pero no basta con eso. Además, tiene 40 diputados sobre 120 y si no me fallan las matemáticas, eso representa un tercio completito de la Cámara de Diputados, dándole un poder que se lo tomó a costa de RN y gracias al sistema binominal.

Entonces, ¿qué es lo quiere la UDI? Porque además de todo lo anterior, tiene a su haber una Constitución hecha a su medida, un tema de derechos humanos sin cerrar, y una ciudadanía despolitizada y clientelizada. Aun así, la UDI reclama, y reclama porque a pesar de que el socio es más débil, ella siente que no tiene la conducción de este (su) gobierno.

En términos tácticos, lo que quiere la UDI es revertir esta autodestrucción en que se ha metido Sebastián Piñera en su presidencia. En la UDI están desesperados por cambiar el rumbo del gobierno porque saben a ciencia cierta que así como van las cosas el plato no se lo repiten jamás y, peor aún, la alianza oficialista podría incluso perder las próximas elecciones (suponiendo que los otros hagan bien su pega). Alguien dijo (Fernando Paulsen) que la UDI está pronosticando que a este paso pierden 10 puntos en la siguiente elección, y que el costo por los errores de conducción del gobierno lo van a pagar ellos, no Renovación Nacional.

Entonces, la UDI quiere… ¡politizar el gobierno! En términos tácticos, y para poder cumplir con su objetivo estratégico, necesita con urgencia romper el estilo de gobierno que instaló Piñera y que se basa en poner a empresarios y gerentes en los cargos de mayor visibilidad política. La UDI ahora está jugada por imponer su línea política y lograr que salgan todos los “tecnócratas” (dejando a Golborne como excepción) y colocar a POLÍTICOS en la conducción del Ejecutivo. La UDI tiene absolutamente claro que la única forma posible de sobrevivencia es sacudirse el estigma de que la derecha está coludida con los empresarios y volver a ser vista como la UDI popular. La Nueva Forma de Gobernar, finalmente, es un no nato, porque ese aborto provocado viene de la mano de la UDI.

La UDI necesita la conducción del gobierno para poder implantar en nuestras conciencias su idea doctrinaria del mundo; necesita la consagración completa en el marco de una pseudodemocracia que permita blanquear su imagen de antidemócratas y golpistes y poder instalar su visión de cómo debemos pensar y comportarnos “los chilenos y las chilenas” como gusta decir a Ena Von Baer. Quiere poder pensar por nosotros, poder regular desde el Estado nuestros cuerpos y nuestros afectos, poder legitimar la concentración económica total y sin contrapesos, y poder definitivamente instalar un modo de vida inspirado en Monseñor Balaguer (Opus Dei) y fiel a las ideas políticas de Jaime Guzmán, pasando el todo por un proyecto de arraigo popular.

Esto es en términos estratégicos lo que quiere la UDI. Si esto se parece en algo al totalitarismo o a ciertas expresiones históricas europeas del Siglo XX, es una pura casualidad…

jueves, 7 de julio de 2011

Por Qué el "No al Lucro" Llegó para Quedarse

El año pasado nació Salud Un Derecho y desde su inicio marcamos claramente la definición fundacional que íbamos a tener: que la salud es un derecho y que, en consecuencia, no debe ser nunca un negocio. Revisamos lo que estaba pasando en Europa y nos dimos cuenta que los españoles ya llevaban tiempo en esto, con su “Mi Salud No es un Negocio”, precisamente porque estaban en una situación parecida a la nuestra, con unos sistemas públicos de salud fuertes, pero bajo una arremetida privatizadora y pro-mercado de las autoridades socialistas en el gobierno, así como de las fuerzas pro-mercado de las comunidades. También vimos lo que pasaba en Inglaterra y lo encontramos horroroso: los ingleses tenían el modelo mundial de sistema público de salud, el NHS, y desde 1990 estaban bajo el efecto de sucesivas reformas pro-mercado instaladas y conducidas por los laboristas. Las consecuencias en estos dos países estaban a la vista, con niveles de deuda pública disparada y sacrificio en la calidad de la atención y equidad en la cobertura.

No queríamos que esto pasara en Chile. Mas aún, queríamos luchar por corregir las distorsiones que existen, para volver a un concepto solidario de salud, como el que existía antes de las reformas de Büchi a principios de los ochenta. Esto lo llamamos “la reposición de la solidaridad en salud” y definimos que sería nuestro proyecto histórico. La concreción de esta idea sólo se podría dar en la medida en que se haga una reforma estructural cambiando profundamente las bases de financiamiento de la salud en Chile a fin de hacernos cargo de los niveles de desigualdad insoportables que tenemos, así como el excesivo gasto de bolsillo en salud y la disminución de cobertura en acciones sanitarias demasiado importantes para la gente, como aquellas que se realizan en la atención primaria.

Por eso dijimos que no podía haber lucro en salud, que no podía haber un negocio en salud, porque se necesitan de todas las manos y de todos los recursos para poder dar a los que tienen menos y necesitan más, una habilitación en salud mínima que les permita vivir en dignidad y para que puedan sentir que en efecto, la salud es un derecho para cada habitante de este país.

El año pasado no había movilización estudiantil manifiesta. Cada uno debatía estas ideas entre su grupo de pares. Hasta que explotó el tema en la calle. Y hoy nos encontramos con que las demandas de los estudiantes y ciudadanos movilizados convergen con las demandas de los trabajadores y usuarios de los servicios de salud, así como con los fallos del Tribunal Constitucional, así como con las opiniones sondeadas una y otra vez por las encuestas, así como con el sentido común prevalente.

Sin embargo, sigue habiendo una cantidad no menor de personas que tienen vocerías temáticas y políticas fuertes que siguen insistiendo en que el tema aquí no es el lucro, que el mercado regulado puede funcionar para la prestación de servicios que están relacionados con derechos fundamentales como la salud y la educación.

Y los universitarios seguirán en la lucha. Y se sumarán siempre más personas que no quieren que siga este estado de cosas, y que están dispuestos a dar todo para cambiar radicalmente el status quo. La mirada de la sociedad no es lo que cambia, siempre en Chile se ha valorado la acción colectiva y solidaria. Lo que ha cambiado es la voluntad de lucha de muchas personas, que por primera vez ven que es posible expresar mayorías poderosas que impongan su voluntad por sobre las élites sobrerrepresentadas en virtud de un ilegítimo sistema binominal.

No puede haber lucro, bajo ningún punto de vista, ni en educación, ni en salud. No puede haber más Estado subsidiario, donde se pasan platas de todos los chilenos directamente a los bolsillos de empresas cuya rentabilidad ya alcanza niveles escandalosos, como bancos y universidades. ¿Cuántas marchas se tendrán que hacer para que esta voz se escuche? ¿Cuántas encuestas adversas se tendrán que entregar a las manos del presidente para que escuche lo que la gente quiere? ¿Cuánta más crisis de representatividad tiene que haber para que se produzca la trizadura final en el sistema político chileno que permita el nacimiento de un sistema democrático real que la gente sienta como legítimo y propio?

Aquí hay dos corrientes que fluyen en direcciones opuestas: una, del establishment (da lo mismo el sector político al que pertenezca) que ha rentado y disfrutado de una economía capitalista no regulada, y otra, de la gran mayoría de la gente que siente que lo único que ha recibido son promesas de bienes futuros, acompañadas de cargas financieras y de mala salud mental, presentes. El derrotero está claro: el gobierno de Sebastián Piñera será el más fracasado de la historia, y lo que vendrá después sólo los pitonisos pueden imaginar.